I.- El domingo se celebra la victoria del Cristo
El DÍA DEL SEÑOR -como ha sido llamado el
domingo desde los tiempos apostólicos- ha tenido siempre, en la historia de la
Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo
mismo del misterio cristiano.
En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el
día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la semana, en la que se
celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en él
de la primera creación y el inicio de la “nueva creación”. Es el día de la
evocación adoradora y agradecida del primer día del mundo y a la vez la
prefiguración, en la esperanza activa, del “último día”, cuando cristo vendrá
en su gloria y “hará un nuevo mundo”…
II.- No convertir el domingo en “fin de semana”
Se ha consolidado ampliamente la práctica de “fin de semana”,
entendido como tiempo semanal de reposo, vivido a veces lejos de la vivencia
habitual, y caracterizado a menudo por la participación en actividades
culturales, políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general
precisamente con los días festivos.
A los discípulos de Cristo se pide que no confundan la celebración del
domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con el
“fin de semana”, entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso y
diversión.
III.- El domingo Día de fe y de la esperanza
El domingo es por excelencia el día de la fe. En la asamblea
dominical, los creyentes se sienten interpelados como el apóstol Tomás: “Acerca
aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y nos seas
incrédulo sino creyente”. Sí, el domingo es el día de la fe. Lo subraya el
hecho de que la liturgia eucarística dominical, así como la de las solemnidades
litúrgicas, prevé la profesión de fe, el “Credo”.
Si el domingo es el día de la fe, no es menos el día de la esperanza
cristiana. En efecto, la participación en la “cena del Señor” es anticipación
del banquete escatológico por las “bodas del Cordero”. Al celebrar el memorial
de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la
espera de la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.
IV.- La Misa dominical
La Misa es la viva actualización del sacrificio de la Cruz. Bajo las
especies de pan y vino, sobre las que se ha invocado la efusión del Espíritu
Santo, que actúa con una eficacia del todo singular en las palabras de la
consagración, Cristo se ofrece al Padre con el mismo gesto de inmolación con
que se ofreció en la cruz. “En este divino sacrificio, que se realiza en la
Misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez y de manera cruenta
sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera incruenta”.
La Iglesia recomienda a los fieles comulgar cuando participan en la
Eucaristía, con la condición de que estén en las debidas disposiciones y, si
fueran conscientes de pecados graves, que hayan recibido el perdón de Dios
mediante el Sacramento de la reconciliación.
V.- Obligación de ir a Misa y La Misa por Radio y Televisión
El Código actual dice que “el domingo y las demás fiestas de precepto
los fieles tienen obligación de participar en la Misa”. Esta ley se ha
entendido normalmente como una obligación grave.
Los pastores recordarán a los fieles que, al ausentarse de su
residencia habitual en domingo, deben preocuparse por participar en la Misa
donde se encuentren.
En muchos países, la televisión y la radio ofrecen la posibilidad de
unirse a una celebración eucarística. Obviamente, este tipo de transmisiones no
permite de por sí satisfacer el precepto dominical, pero para quienes se ven
impedidos de participar en la Eucaristía y están por tanto excusados de cumplir
el precepto, la transmisión televisiva o radiofónica es una preciosa ayuda.
VI.- Día de la alegría
El domingo, eco semanal de la primera experiencia del Resucitado, debe
llevar el signo de la alegría con la que los discípulos acogieron al Maestro:
“Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.
Ciertamente, la alegría cristiana debe caracterizar toda la vida, y no
sólo un día de la semana. Pero el domingo, por su significado como día del
Señor resucitado, en el cual se celebra la obra divina de la creación y de la
“nueva creación”, es día de alegría por un título especial, más aún, un día
propicio para educarse en la alegría, descubriendo sus rasgos auténticos.
VII.- El descanso es una cosa sagrada
La alternativa entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza
humana, es querida por Dios mismo, como se deduce del pasaje de la creación en
el Libro del Génesis: el descanso es una cosa “sagrada”, siendo para el hombre
la condición para liberarse de la serie, a veces excesivamente absorbente, de
los compromisos terrenos y tomar conciencia de que todo es obra de Dios.
Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, el
domingo es también un momento en el que el hombre es invitado a dar una mirada
regenerada sobre las maravillas de la naturaleza.
VIII.- El domingo, escuela de caridad
No sólo la Eucaristía dominical sino todo el domingo se convierte en
una gran escuela de caridad, de justicia y de paz. La presencia del Resucitado
en medio de los suyos se convierte en proyecto de solidaridad, urgencia de
renovación interior, dirigida a cambiar las estructuras de pecado en las que
los individuos, las comunidades, y a veces pueblos enteros, están sumergidos.
IX.- El domingo nos revela el sentido del tiempo
Al ser el domingo la Pascua semanal, en la que se recuerda y se hace
presente el día en el cual Cristo
resucitó de entre los muertos, es también el día que revela el sentido del
tiempo. El domingo, brotando de la Resurrección, atraviesa los tiempos del hombre,
los meses, los años, los siglos como una flecha recta que los penetra
orientándolos hacia la segunda venida de Cristo.
X.- El cristiano no puede vivir su fe sin participar en la Misa
dominical
Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no
puede vivir su fe, con la participación plena de la comunidad cristiana, sin
tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical. Descubierto y
vivido así, el domingo es como el alma de los otros días. De domingo en
domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión
materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a
la Santísima Trinidad.
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